viernes, enero 07, 2011

CAHIERS - AYER

[Ejercicios a-surrealistas de Hoen Santiago Santillán para Luis Alberto García López. 1er ejercicio. 24/10/09. 01:45 horas.]

El verso tiene vida propia así que vive, así tú también.
Así las sillas le reciben al cuerpo, mi cuerpo, y le dan forma y le acarician. Son el bien y el mal: el bien que recibe la columna, el mal que le hace un espacio incomodo al sueño rehuyéndole su naturaleza. Las manos cobran una vida ajena a la mía, así que se abrazan para alejarse de las penas que me invaden, atenuantes, también poseen vida propia. El vodka que me bebí, los cigarros que, ahora creo, no me fume yo sino ellos desearon consumar y consumirse en mis labios. Su humo tiene rostros también, así que los veo y les busco cara y les encuentro labios y los beso. No quiero que se callen porque me dicen los secretos del universo en su tacto, los murmuran en ese  crescendo de silencios que, se podría decir, se oye. Y ya no me siento tan lloroso, esas son mis aguas calmándose.
Ésta casa se guarda restos de nosotros, nostálgicos y que en recuerdo vienen a abrazarme. Dicen querer jugar conmigo y lo sé, pero es demasiado sádico para mi tacto, este que actualmente te suda en tanto llanto, en tu ausencia. Parecemos todos dedicarnos a llorar en silencio y nos podemos oír los llantos, mismos que en canción de cuna parecen dormirnos juntos, casi de la mano nos introducen al mundo de sueños. Y te amo, pero no estoy ahí para decírtelo.
Aun no te abrazan otros desiertos, mismos que he regado de otros llantos, distintos. Podrías encontrar alguna neurona mía sembrada y floreciendo, fertilizarla si te hiere un tanto mi recuerdo que aun a veces me hiere a mí.
No hay cuidado, soy alérgico a las flores. No, no prepares café, yo ya tengo sueño y la realidad alterna en la que estás, ese vacío que sientes abrazarte, soy yo. No tengo duda de ello: te estoy abrazando. Hay un hueco entre mis brazos, pero debes estar tú, yo así lo quiero. Suspendido, apagado, sueño y en parálisis de ello. La noche se desliza juguetona con sus nubes, amantes envidiadas por las olas, enviciadas por aquel destello y que, supongo, han de ser más seducidas por su cara oculta que por su luz de leche.
No es que me falte conciencia. Faltas tú, es cierto, pero me abrazas en una melancolía presente que se resbala, me toma el tobillo. El aire le busca las cuerdas vocales para decir lo que piensa, un observador oblicuo, en interrogantes inconclusas e incompletas que se dirán por labios ajenos, a los tuyos, a los míos. “¿Por qué se durmió ahí?”. Se vacían las sillas de uno cuando mi cuerpo les abandona. La soledad sin pierna son ellas también quedándose solas, de sí, de mi que tengo una ira que les podría consumir en una rabia irascible que les separe las piezas. Me depara el lecho de Miguel, el abuelo, diciendo que peso mucho, pero es en realidad su masa corporal la que le ha abandonado. A todos nos abandonan y no quiero dejar de abrazarte pero me pasa el brazo por su cuello, y medio despierto para ayudarle con mi peso, y quiero decirle que desayunemos huevo. Un omelette de huevo, queso y perejil; pero mis labios no dan para decírselo caprichosos en sólo recordar tu beso y los cigarros, de quienes no se quieren desprender, así que no le dicen nada pese a que quiero que se lo digan. Le ayudo a colocarme bien en la cama, me cubre con sus cobijas, en ese lecho en que abandonó calor y que pretende consolarme con su abrazo de tu falta. Me oprime el pecho, esa mano, esa mano que suspende el tiempo en su presión antes que la respiración mientras ensueños me digo a mi mismo que estás tú, porque quiero que estés dormido tú también y que me sueñes. Así que te sueño, mi cuerpo de sueño te sueña porque me despierto, y sigo en las sillas, aun no las he dejado. Nunca las deje. No estas tú, pero esa opresión en el pecho por mano, la misma de antes, detenida, es la que me despierta. Es, surrealmente, la tuya.

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